Sector Sigma: capítulo VII



VII

Observo como Cecil golpea una secuencia con sus nudillos en la corroída y desvencijada plancha de metal, secuencia que a causa de mi propio nerviosismo no logro memorizar. ¿Qué lugar será este? La plancha se desliza con un chirrido atronador hacia la derecha dando paso a un corredor escasamente iluminado.

-Vamos –me indica Cecil.

A medida que avanzamos por el corredor intento memorizar el camino que vamos siguiendo, como precaución, ya que aún no se a lo que me enfrento. Observo todos los detalles que la pobre iluminación me permite y me sorprendo. Suelos de una especie de material no plástico de color rojo, molduras de otro extraño material en las paredes, cubiertas de lo que parece ¿papel?, estructuras metálicas con una reminiscencia dorada y unas fuentes de luz de forma esférica como jamás había visto, pienso que sin duda es un sistema deficiente de alumbrado y sospecho por la suciedad y el desgaste que pertenecen a otra época.

-Ya falta poco, tranquila. -Cecil ha detectado el cambio en mi respiración. Esta atmosfera cargada de moho y oscuridad, añadida a la propia incertidumbre me pone nerviosa.

Al final del corredor por el que caminamos una enorme puerta de doble hoja nos corta el paso. ¿Madera? ¿Puertas de madera? ¿Cuánto hace que no veo madera fuera de un edificio institucional? Desde luego esta madera ha vivido tiempos mejores, está astillada en diferentes puntos, debido probablemente a golpes, y hay parches brillantes de lo que presumiblemente fuera una pátina de barniz. Cecil empuja sin demasiado esfuerzo las dos enormes hojas dando paso a una estancia enorme. 

Lo primero en lo que mi vista marca su atención es un busto que tengo a mi derecha justo al traspasar la puerta. ¿Quién será este personaje? Bajo el busto hay una placa. Intento leer el nombre pero parece que hace tiempo alguien se tomó la molestia de cincelar sobre el nombre y volverlo ilegible. Mi mirada abandona el busto siguiendo por la pared lateral a lo lejos la ristra de estructuras metálicas que iluminan tenuemente la estancia y cuando centro la mirada en la sala, no puedo creer lo que veo. Decenas, no, cientos de asientos colocados el filas bajan escalonadamente por toda la sala, asientos del mismo color rojizo del suelo de los corredores. Toda esta sucesión de asientos termina en una gran superficie de madera elevada unos metros sobre el suelo. Hago memoria de las publicaciones ilegales a las que escasamente he tenido acceso y solo me cabe la duda de si estoy en un antiguo teatro o en una sala de proyecciones. Sobre el escenario hay alguien sentado en un asiento mayor que todos los que pueblan la sala, parece del mismo material y me sorprende encontrar el asiento atractivamente cómodo a simple vista. En él hay un tipo sentado, viste ropas extrañas de materiales que no sabría reconocer y sobre su regazo… ¡No puedo creer lo que estoy viendo! El tipo está leyendo un libro.

-¿Vienes, Iris? –Cecil ha bajado la mitad de la sala por una escalera en la que aún no había reparado.

 Lo sigo y llegamos a otra escalera más pequeña y discreta que da acceso al vetusto escenario. A medida que nos acercamos, los listones de madera que conforman el escenario gimen bajo nuestras homologadas botas y van dejando una hilera de huellas en el polvo mezclándose con otras ya más añejas. El tipo no parece percatarse de nuestra presencia o simplemente está demasiado enfrascado en su lectura a pesar del ruido sobre la madera. Ya puedo ver el título del libro sobre su regazo, Crónicas del Orbulum y lo reconozco como uno de los libros prohibidos y no editados en soporte digital por nuestro gobierno. Ya puedo ver bien las facciones del lector. Esperaba encontrar a un anciano y sin embargo cálculo que pueda tener unos diez o doce años más que yo. Lo deduzco por su incipiente falta de cabello y su dura barba de varios días (algo impensable para los no pertenecientes al gobierno). Sus ojos castaños se mueven de izquierda a derecha y de derecha a izquierda recorriendo las líneas impresas a gran velocidad.

-Hola, Cecil. –El tipo habla sin levantar la vista de las páginas del libro. Y en un momento, como notando que algo estaba fuera de lugar, cierra Las Crónicas y las guarda apresuradamente en uno de los bolsillos de su extraña indumentaria. Levanta la vista y me observa.

-Hola a ti también, eh... –Se dirige a mí, esperando una respuesta.

-Iris, me llamo Iris –contesto con toda la seguridad con la que soy capaz de hacerlo.

-Bienvenida, Iris, ¿sabes dónde estás? –me pregunta con mirada inquisidora.

-Supongo que esto es un teatro.

-Lo fue. ¿Sabes por qué estás aquí? –sigue interrogándome, ahora con una mirada más suavizada y un atisbo de sonrisa en una de sus comisuras.

-Me ha traído Cecil, él ha…

-Estás aquí porque posees la suficiente formación no oficial como para identificar que esto, en tiempos más gloriosos, fue un teatro. -Interrumpe bruscamente la excusa que pretendo dar-. ¿Podemos fiarnos de ella, Cecil?

-Claro que sí, le he desactivado su alma, es como yo –responde Cecil con un deje de enfado en su voz.

-Bien Iris, yo soy Alasdair, pero en nuestra comunidad todos me conocen como “El Guardian”. Y tú te preguntaras, ¿por qué El Guardian? y ¿qué es lo que guarda? Seguidme y os lo mostraré, aunque a Cecil no le pillará de nuevas.

Alasdair se dirige hacia uno de los laterales del escenario, justo a un lado hay una gran columna con una inscripción que reza: 

“… tras una vida entre las negras y calientes bambalinas, no puedo identificar otro sitio como mi hogar…”

Sobre el nombre del autor de la cita también aplicaron la mecánica de un cincel hace mucho tiempo y no logro identificarlo. Seguimos a Alasdair entre una serie de estructuras de madera cubierta con una capa de polvo depositada durante años, muchas de las cuales conservan cordajes de materiales para mí también desconocidos. Tras un par de corredores no tan lujosos como los que debieron en su día ser los corredores principales de la entrada, llegamos a una puerta de acero, con la única tecnología que he podido ver desde que me trajo aquí Cecil, una cerradura numérica independiente. Éstas a pesar de ser relativamente modernas, dejaron de producirse por no estar conectadas a la unidad de proceso central del gobierno, la cual registra las aperturas y usuarios de la puerta.

                  -¿Estás preparada, Iris? 

Asiento.

Alasdair teclea rápidamente el número en el terminal, una secuencia que me resulta familiar: cero, cinco, cero, seis, dos… ¡Es la misma secuencia de desactivación de las almas! Y por ello no se molesta en ocultar la digitación a mi vista. La puerta se abre con un rápido movimiento levantando unas pequeñas volutas de polvo y dejando escapar, como un prisionero que llevara años esperando su libertad, un olor envejecido que no soy capaz de identificar. Entramos con una indicación de Alasdair y una sonrisa de oreja a oreja de Cecil. Todo está a oscuras y tras nosotros se cierra la puerta automáticamente. Escucho a Alasdair pasar delante de mí, lo que me provoca una reacción casi violenta ejecutada con un pequeño salto hacia atrás.

                  -Lo siento… yo –intento disculparme.

Mi disculpa se ve interrumpida por un leve chasquido a mi derecha; Alasdair ha activado algo y lentamente una hilera de esferas incandescentes comienzan a tomar vida a lo largo y hondo de la sala en la que estamos. Poco a poco las esferas van tomando fuerza y comienzo a distinguir multitud de calles dentro de la misma estancia. La luz se vuelve más fuerte y cuando lo comprendo todo, a mi boca viene la misma sonrisa que había observado hacia solo un par de minutos a Cecil. Estanterías y estanterías de libros, calles y más calles llenan la estancia de ejemplares, probablemente en la línea de Las Cronicas del Orbulum, todas ediciones prohibidas. 

Ahora soy invisible para el sistema, pero, ¿Cuánto tiempo tardarán en darse cuenta de que Cecil y yo desaparecimos a la misma vez, en el mismo sitio y faltábamos a nuestro entrenamiento a la vez?

Alejandro

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