Abro los ojos a la mañana siguiente, minutos
antes que mi “alma”, Nadia, se active a la hora programada y me despierte con
su cadencioso tono despertador. Desactivo el aviso y una animación de Nadia
recién levantada con un gorrito a juego con el pijama me saluda desde la
pantalla de mi comunicador.
-
¡Buenos días, Cecil! ¿Qué tal has
descansado?
Durante un tiempo antes de lo que yo mismo
consideraba mi madurez, volcaba mis sentimientos en momentos de soledad y
desasosiego en Nadia. Por aquellos días, aun sabiendo que ella no existía
realmente, le confiaba parte de mis secretos e incluso pedía ayuda. Esa ayuda
era correspondida en forma de consejos y frases de aliento, que, miradas al
detalle y entre líneas, hacían emerger trazas de aleccionamiento por parte de
nuestro Gobierno. Cuando fui consciente de ello, mi relación con Nadia cambió.
-Bien,
gracias, Nadia -miento.
No he descansado en absoluto. Los nervios por
el primer día en el Centro de Preparación me han pasado factura y un sueño
recurrente ha acudido una y otra vez durante la noche a mi cabeza. Unos ojos me
escrutaban una y otra vez desde una luminiscente blancura momentos antes de que
el dolor atenazara todo mi cuerpo y me hiciera despertarme en un baño de sudor.
En el momento de despertarme podía ver un destello en mi comunicador,
seguramente registrando mis interrupciones oníricas.
Decido
levantarme e introducirme en la cabina de aseo. Los vapores del agua a gran
temperatura y las lociones de aseado me hacen sentirme mejor y centrarme un
poco. Una vez aseado, me dirijo por los blancos corredores de mi hogar,
iluminados por una perenne luz artificial, a la sala del refrigerador y abro su
puerta con un pase de mano sobre una pequeña pantalla. Sobre ésta aparece mi
nombre, la fecha y el número exacto de calorías que tienen programadas hoy para mí. Mientras consumo mi exigua ración de
nutrientes procesados, diferentes pantallas a mi alrededor me bombardean con
publicidad aleccionadora del Gobierno, una serie de proclamas imperativas que
indicaban cómo ser mejores ciudadanos y cómo ser mejor vistos por la
“sociedad”. Perdido en mis propios pensamientos, ignoro los anuncios
gubernamentales, hasta que una voz me saca del torbellino en que se movía en mi
mente.
-Cecil,
en 15 minutos saldrá el transportador al Centro de Preparación de Soldados. Ser
un buen ciudadano implica puntualidad. –El mensaje va acompañado con una
sonrisa en la cara de Nadia en mi comunicador. Tiene su lógica. Es más fácil
inculcar las normas de una forma sutil que mediante la imposición directa o la
represión. Mientras Nadia sigue dictando normas y más normas con su dulce tono
de voz, cambia su mensaje para darme un parte del pronóstico del tiempo, el
cual ignoro por estar disperso en varios
pensamientos a la vez. Uno protagonizado por una chica de mirada penetrante y
pelo humedecido predomina sobre todos.
Salgo
a uno de los corredores también blancos que conforman el enjambre de corredores
comunitarios. Todos estos corredores comunican los diferentes módulos de
vivienda reunidos en un mismo sector. Avanzando por la atenuada luz de los
corredores me cruzo con ciudadanos vestidos en diferentes uniformes que
identifican las distintas áreas productivas del Sector. Caras inexpresivas en
cada uno de ellos. ¿Cuántos de ellos se revolverán en su mente contra los
dictámenes de nuestro Gobierno? ¿Cuántos de ellos aborrecen el cuadriculado
estilo de vida que llevámos? Avanzan con el único sonido de sus metálicos pasos
y el eco de la megafonía rebotando en los corredores: más normas de conducta
del buen ciudadano. Al final de corredor, dos enormes puertas hexagonales me cierran
en paso. Mi comunicador interactúa, noto una leve vibración en él y dos enormes
hojas dividen el gran hexágono, replegándolo en el interior de las paredes.
Salgo del corredor, y para mi sorpresa, llueve.
¿Cómo
puedo haber hecho oídos sordos a la información de Nadia acerca del tiempo? Estoy
descuidando mis obligaciones, estoy haciendo caso omiso a los mensajes que
durante años he escuchado una y otra vez, sin importar que los hubiera oído ya
mil veces. Estoy mojándome bajo la lluvia y el tiempo se me echa encima.
Salgo
corriendo bajo la lluvia calando mi uniforme. Tengo la sensación de que el agua
me cala más y más con cada zancada que doy. La gente gira sus rostros hacía mí,
rostros que no distingo bajo la lluvia y la velocidad. ¿En qué me convierte la situación
actual? ¿Cómo me ven esos ciudadanos? ¿Un insubordinado? El sonido metálico de
mis pisadas sobre las planchas metálicas a forma de adoquines sobre las calles
acompaña mis elucubraciones. Debo llegar a tiempo. Me centro más en mantener el
ritmo y el sonido metálico comienza a tener un eco. Miro a mi alrededor sin
aminorar el ritmo y soy consciente por las características de la calle de que
no se trata de un eco. A pocos metros a mi derecha está ella. Corre a mi ritmo,
girando su cabeza y dirigiéndome miradas cada pocas zancadas, intentando
superar la latencia de mis pasos, la cantidad de metros que avanzo; intenta
superarme. Ella me está costando demasiado; no se lo permitiré.
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