Sector Sigma: capítulo III

CECIL


Abro los ojos a la mañana siguiente, minutos antes que mi “alma”, Nadia, se active a la hora programada y me despierte con su cadencioso tono despertador. Desactivo el aviso y una animación de Nadia recién levantada con un gorrito a juego con el pijama me saluda desde la pantalla de mi comunicador.

                  - ¡Buenos días, Cecil!  ¿Qué tal has descansado?
Durante un tiempo antes de lo que yo mismo consideraba mi madurez, volcaba mis sentimientos en momentos de soledad y desasosiego en Nadia. Por aquellos días, aun sabiendo que ella no existía realmente, le confiaba parte de mis secretos e incluso pedía ayuda. Esa ayuda era correspondida en forma de consejos y frases de aliento, que, miradas al detalle y entre líneas, hacían emerger trazas de aleccionamiento por parte de nuestro Gobierno. Cuando fui consciente de ello, mi relación con Nadia cambió.

                  -Bien, gracias, Nadia -miento.
No he descansado en absoluto. Los nervios por el primer día en el Centro de Preparación me han pasado factura y un sueño recurrente ha acudido una y otra vez durante la noche a mi cabeza. Unos ojos me escrutaban una y otra vez desde una luminiscente blancura momentos antes de que el dolor atenazara todo mi cuerpo y me hiciera despertarme en un baño de sudor. En el momento de despertarme podía ver un destello en mi comunicador, seguramente registrando mis interrupciones oníricas.

                  Decido levantarme e introducirme en la cabina de aseo. Los vapores del agua a gran temperatura y las lociones de aseado me hacen sentirme mejor y centrarme un poco. Una vez aseado, me dirijo por los blancos corredores de mi hogar, iluminados por una perenne luz artificial, a la sala del refrigerador y abro su puerta con un pase de mano sobre una pequeña pantalla. Sobre ésta aparece mi nombre, la fecha y el número exacto de calorías que tienen programadas hoy  para mí. Mientras consumo mi exigua ración de nutrientes procesados, diferentes pantallas a mi alrededor me bombardean con publicidad aleccionadora del Gobierno, una serie de proclamas imperativas que indicaban cómo ser mejores ciudadanos y cómo ser mejor vistos por la “sociedad”. Perdido en mis propios pensamientos, ignoro los anuncios gubernamentales, hasta que una voz me saca del torbellino en que se movía en mi mente.

                  -Cecil, en 15 minutos saldrá el transportador al Centro de Preparación de Soldados. Ser un buen ciudadano implica puntualidad. –El mensaje va acompañado con una sonrisa en la cara de Nadia en mi comunicador. Tiene su lógica. Es más fácil inculcar las normas de una forma sutil que mediante la imposición directa o la represión. Mientras Nadia sigue dictando normas y más normas con su dulce tono de voz, cambia su mensaje para darme un parte del pronóstico del tiempo, el cual  ignoro por estar disperso en varios pensamientos a la vez. Uno protagonizado por una chica de mirada penetrante y pelo humedecido predomina sobre todos.

                  Salgo a uno de los corredores también blancos que conforman el enjambre de corredores comunitarios. Todos estos corredores comunican los diferentes módulos de vivienda reunidos en un mismo sector. Avanzando por la atenuada luz de los corredores me cruzo con ciudadanos vestidos en diferentes uniformes que identifican las distintas áreas productivas del Sector. Caras inexpresivas en cada uno de ellos. ¿Cuántos de ellos se revolverán en su mente contra los dictámenes de nuestro Gobierno? ¿Cuántos de ellos aborrecen el cuadriculado estilo de vida que llevámos? Avanzan con el único sonido de sus metálicos pasos y el eco de la megafonía rebotando en los corredores: más normas de conducta del buen ciudadano. Al final de corredor, dos enormes puertas hexagonales me cierran en paso. Mi comunicador interactúa, noto una leve vibración en él y dos enormes hojas dividen el gran hexágono, replegándolo en el interior de las paredes. Salgo del corredor, y para mi sorpresa, llueve.

                  ¿Cómo puedo haber hecho oídos sordos a la información de Nadia acerca del tiempo? Estoy descuidando mis obligaciones, estoy haciendo caso omiso a los mensajes que durante años he escuchado una y otra vez, sin importar que los hubiera oído ya mil veces. Estoy mojándome bajo la lluvia y el tiempo se me echa encima.

                  Salgo corriendo bajo la lluvia calando mi uniforme. Tengo la sensación de que el agua me cala más y más con cada zancada que doy. La gente gira sus rostros hacía mí, rostros que no distingo bajo la lluvia y la velocidad. ¿En qué me convierte la situación actual? ¿Cómo me ven esos ciudadanos? ¿Un insubordinado? El sonido metálico de mis pisadas sobre las planchas metálicas a forma de adoquines sobre las calles acompaña mis elucubraciones. Debo llegar a tiempo. Me centro más en mantener el ritmo y el sonido metálico comienza a tener un eco. Miro a mi alrededor sin aminorar el ritmo y soy consciente por las características de la calle de que no se trata de un eco. A pocos metros a mi derecha está ella. Corre a mi ritmo, girando su cabeza y dirigiéndome miradas cada pocas zancadas, intentando superar la latencia de mis pasos, la cantidad de metros que avanzo; intenta superarme. Ella me está costando demasiado; no se lo permitiré.

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