La Puerta III




III

-¿Cuándo nos vamos?.- quiso saber. Shania sonrió aliviada.

-Ahora mismo. Nalah y Stelle te acompañarán hasta las puertas de la Fortaleza Konlor, el centro de operaciones del enemigo.

-¿Quién es Stelle?-preguntó Marina. No le apetecía nada hablar de Nalah.

-Yo.-contestó una voz a sus espaldas. Marina se giró. Se trataba de una elfa de piel broncínea, de ojos azules y largo y sedoso pelo azabache recogido en una cola de caballo. De su espalda colgaba un arco y un carcaj de flechas.

Su avatar.

-Y tú debes de ser Marina.-continuó Stelle con una sonrisa que mostraba sus dientes blancos.- Me alegro de estar contigo en un sitio que no sea mi propio cuerpo.-añadió.

Marina desvió la mirada, incómoda. De modo que Stelle sabía que ella era quien había estado jugando con ella. Empezó a recordar todas las batallas en las que había metido a la elfa. Todas esas imágenes cobraban un nuevo y macabro sentido para ella. Pero cuando Stelle volvió a hablar, la joven no notó desprecio ni reproche en su voz.

-Tranquilízate. Yo no soy como Nalah. Yo sí que entiendo que no eras consciente de lo que hacíais. Y de todos modos, contigo no me ha ido tan mal. Sigo aquí, ¿no?

Stelle informó a Marina de que Konlor estaba a un día a pie, y la joven la ayudó a llenar un morral con algunos útiles un poco de comida para el viaje. En apenas diez minutos, ambas estaban listas para marchar, y cuando ya se alejaban, Nalah apareció entre la espesura y se les unió como una sombra. Por la forma en que les miraba, Marina dedujo que Shania debía de haber hablado con él, y que, por muy cabezota que fuese el chico, no se atrevía a desobedecer a la hechicera.

Por la noche acamparon en un claro y Stelle encendió fuego para calentarse y Marina y ella cenaron a su alrededor. Nalah, sin embargo, sacó del morral su pequeña ración de frutos secos y bayas y se sentó en una roca, de espaldas a las otras dos.

-¿Por qué me odia tanto?-preguntó Marina, mirándole de reojo.

-Oh, en realidad no te odia a ti.-intentó tranquilizarla Stelle.- sino a toda tu raza, en general.

-Vaya, eso es un gran consuelo.-replicó Marina con sarcasmo.

-No deberías juzgar a Nalah. Es cierto que tiene un carácter horrible. Pero ha pasado momentos muy duros, y, al fin y al cabo, es solo un crío. Solo tenía a su padre, pero él emprendió una misión que en su sano juicio, jamás habría aceptado. Ya sabes, es lo que tiene ser avatar.- replicó con una amarga sonrisa, mucho más seria que aquella que Marina estaba acostumbrada a ver en su rostro.- Murió en el campo de batalla. Y Nalah lo vio todo. Por eso os odia tanto. Os culpa, y en realidad… tiene algo de razón, ¿no?

Tras sus últimas palabras, amabas se sumieron en un profundo silencio. Marina giró la cabeza para observar a Nalah, que en esos instantes jugueteaba con un colgante de color verde esmeralda que colgaba de una cadena que llevaba al cuello.

-¿Qué es eso?-le preguntó a Stelle.

-Es su amuleto, lo que le da su poder.- Marina la miró extrañada.- Sí, por eso era tan importante que él nos acompañase. Puede convertirse en cualquier criatura solo concentrándose en ella, siempre que la haya tocado antes, claro. Él es el único que puede hacerlo, y el único que sabe como fabricar más colgante como ese, que hacen que cualquiera que los lleve posea ese mismo don. Pero…

-Nunca lo he hecho y nunca lo haré. No confío en nadie.

Marina dio un respigo al oír la voz de Nalah a sus espaldas; ni siquiera se había percatado de que se hubiese movido.

-Pues si  no confías en nadie…-dijo la joven, y le dio la mano durante un segundo, y enseguida la soltó.- ¡Ya está! Ya me has tocado. Conviértete en mí y lleva acabo la misión tú solo. Así todo saldrá como tú lo hayas planeado.-bromeó.

Por toda respuesta, Nalah la miró con frialdad y replicó:

-No te mereces que de la vida por ti.

Acto seguido, dio media vuelta, y se disponía a marcharse cuando Marina le agarró del brazo y le obligó a mirarla.

-¡Ya está bien! Mira, solo estaba bromeando, intentando que este viaje no fuese aún más difícil por culpa de tu estúpida inmadurez. Pero, ¿sabes que? Tú si que no te lo mereces, así que lo dejo. Pero mira, yo sí que estoy dando la vida por ti, por tu mundo y por el mío, por millones de personas que nunca sabrán lo que hecho ni vendrán a darme las gracias. Yo sí que me juego la vida. ¿O te crees que no sé la de cosas que podrían salir mal aquí? Pues sí que lo sé. Y me parece estupendo que no quieras llevarte bien conmigo, si por mí fuese no volvería hablar contigo nunca más, pero creo que al menos me merezco un poco de respeto, ¿no?

Lo soltó todo de golpe, y le miró desafiante, respirando como agitación. Hubiese esperado que le contestase, que gritase o incluso que le pegase. Pero él tan solo se alejó sin dar media vuelta y se internó en la noche.

A la mañana siguiente, Marina despertó notando una ligera presión en la pierna. Cuando abrió los ojos, encontró a Nalah rebuscando en su bolsillo, y se incorporó de golpe.

-¿Que estás haciendo?

-Te despertaba. Ya es tarde.-respondió él con soltura.- Vamos.

Se pusieron en marcha y, en unas horas, se hallaban contemplando entre la maleza las puertas repujadas de oro de la Fortaleza de Konlor. Una vez allí, y siguiendo con el plan convenido, Nalah se transformó en una de esas bestias de cabeza de ofidio, una de las cuales se encontraba vigilando en la entrada.

-Vaya, está mucho más guapo que de normal.-comentó Marina con sorna, antes de salir de entre los matorrales. Empezó a retorcerse, como si Nalah la hubiese capturado realmente.

-¿Qué llevas ahí?- preguntó el guardia- Apesta a humana.

-Eso mismo.-respondió Nalah, con una voz aguda y silbante.- Es la prisionera que escapó en Alandor. Llévala a las mazmorras con los demás.

-Un momento.-increpó el otro.- Tú también hueles raro.

-Llevamos tres días de viaje por el bosque. Me habrá pegado su horrible hedor.

Lo dijo sin titubear, pero Marina sabía que, si no hacía algo pronto, el guarda acabaría por atraparle. Rápidamente, le dio un patada a Nalah, desequilibrándolo y haciendo que le soltara. Echó a correr, y tal como había calculado, el guarda agarró del brazo unos metros más allá. Nalah seguí en el suelo, retorciéndose de dolor, Marina no estaba segura de si realmente le había hecho daño o de si él había captado su idea y le seguía la corriente. El guarda llamó a alguien que había dentro, otro soldado reptil, que la cogió de la muñeca y la guió por unos lóbregos pasadizos. Antes de girar hacia la izquierda, solo pudo ver como el guarda y Nalah se despedían y el muchacho se internaba de nuevo en el bosque, cojeando. Estaba a salvo.

Bajaron por una escalera de caracol de piedra negra hasta lo que Marina supuso que serían las mazmorras. Curiosamente, mientras jugaba, nunca se había internado en esa Fortaleza. Pasaron por delante de celdas, la mayoría de ellas llenas, pero ninguno de lo s prisioneros decía nada, y Marina procuraba no mirarlos. Al cabo de un rato, el soldado abrió una puerta, la empujó dentro y volvió a cerrar con llave.

-¡Marina!-exclamó la voz de Maurice en alguna parte de la concurrida celda. Acto seguido, el chico se levantó y corrió hacia su amiga. 

-¡Maurice!-dijo ella, y corrió a abrazar a su amigo. Aprovechó el momento para darle una de las piedras Ima, que llevaba escondidas bajo la camisa.- Vamos coge esto. Tenéis que tocarlo todos a la vez, y os transportaréis a Alandor. Allí hay gente que os devolverá casa.

-Marina, ¿qué está pasando?-inquirió su amigo, confuso.

-Hazme caso, díselo a los demás y…

-¡Eh, tú!-gritó alguien desde fuera de la celda. Uno de esos reptiles les observaba desde la ventana con barrotes de la puerta. Por suerte, Maurice, que tenía la piedra Ima en la mano, estaba de espaldas a ella.-¡Tú no tendrías que estar aquí!

El soldado entró en la celda, y rápidamente, Marina metió la piedra Ima bajo el jersey de Maurice, justo antes de que el monstruo llegase hasta ella. La cogió del brazo y la arrastró fuera hasta el corredor, cerrando la puerta tras de sí.

-Tú te vienes conmigo.-dijo- tenemos una celda para ti solita. ¿O crees que te íbamos a dejar confabular con tus amiguitos así como así? Ni hablar de eso.

La guió por un pasadizo que había tras un tapiz, y después giraron por diversos y angostos pasillos, hasta llegar a una escalera, al lado de la cual había otra puerta con una apertura con barrotes. El soldado empujó a Marina dentro de la celda, con tanta fuerza que la chica chocó contra el suelo y la otra piedra Ima que guardaba se le salió de la camisa.

-¿Pero qué tenemos aquí?-se regocijó el reptil.- Permíteme que me quede con esto.

Marina pataleó y arañó su piel escamosa, pero nada de lo que hizo sirvió para impedir que el soldado acabase echando llave a su puerta y se alejase escaleras arriba con su piedra Ima en la mano. 

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