La ciudad del viento (Isabel López)




La fría noche se cernía sobre la ciudad del viento, los pocos transeúntes que, noctámbulos, deambulaban por las calles buscaban cobijo al amparo de un techo y una lumbre que devolviera el calor a sus entrañas.

Inmune a las inclemencias del tiempo, Memoria observaba la ciudad desde la cornisa de un alto edificio.

No podía evitar pensar lo fácil que hubiera sido en otro tiempo. Un paso hacia el vacío. Una caída libre con destino el adoquinado y el misericordioso fin le hubiera llegado a él… pero ahora ya no, hacia mucho que el sincronizado golpeteo de su pecho se había congelado y ya no podía recordar la ultima vez que una bocanada de aire inundó sus pulmones.

Con la mirada perdida, se asomo en su mente el espejismo de un recuerdo, aquel momento en el que hubiera vendido su alma al diablo con tal de seguir en este mundo…y vaya si lo hizo, aunque a un alto precio pues debería dejar atrás al hombre para ser la memoria de aquella ciudad cuya crueldad había sentido en sus propias carnes.

Hacia ya muchas generaciones que el hilo de su vida fue arrebatado a las tijeras de la tercera hermana y, era desde entonces que vagaba por la ciudad con el único cometido de recordar a todos aquellos en ella han morado. Condenado sin cuerpo por su osadía hacia la naturaleza.

Sumido como estaba en sus cavilaciones no oyó los pasos ágiles, ligeros y rítmicos que se le acercaban. Fue solo al oler el perfume amaderado de mirto cuando se percato de la compañía.

-Dalila- la voz de Memoria sonó fría y carente de expresión al ver el rostro atemporal de su interlocutora quien conservaba la misma belleza delicada y perversa que la noche donde le ofreció la inmortalidad, muchos años atrás.

-Siempre es agradable ver que se es recordada, aunque viniendo de ti no debería sorprenderme- añadió con una sonrisa torcida enmarcada por unos labios carmesí-. ¿No vas a preguntarme a que debes el honor de mi visita, amor?

-¿Vas a librarme a caso de su conocimiento? ¿Para que preguntar entonces?- ciertamente nada importaba ya a Memoria ni había ya cosa que lo perturbara, bueno, para hacer honor a la verdad solo una…

-Me extraña tu falta de interés, sobre todo tratándose de ella- contestó Dalila. La máscara de fría indiferencia de Memoria se resquebrajo no más de un segundo al oír mencionarla pero eso bastó.- Pobre viejo, jamás entenderé tu obsesión por ella.

- ¿Qué sabes?- espetó incapaz de contenerse y provocando una sonrisa en Dalila quien se acercó más a él, acariciando su cuello.

-¿Olvidas acaso que mis favores tiene un precio?_ ronroneo el traicionero ser.

-Nunca.

¿Acaso no era ya demasiado alto el precio que había pagado? ¿No era su alma suficiente ?

-No pido mucho viejo perro. Solo quiero un beso- Dalila estaba muy cerca y Memoria se sentía embriagado por su cercanía y la calidez de su aliento. -Pido un beso como el que ella te robó aquella noche- Le susurró al oído anhelante.

Aquella noche…Estaba tan viva dentro de él que todavía creía oler el perfume de la lluvia y sentir en su piel la calidez del verano.

-Regálame una noche- le dijo él, y ella sin detenerse a pensar contesto sí.

Su dulce ella, por todos vista sin ser realmente mirada, aún conservaba entonces el brillo ingenuo de la juventud y, bajo la noche de verano como si de un sueño se tratase, tocaron el cielo con la punta de los dedos.

El cómo recreo aquello para tan traicionero ser o cuales eran los motivos de Dalila quedarán en el tintero pues del momento en el que Memoria, ebrio de recuerdos le pago su tributo solo escribiré las palabras que, con los labios todavía tibios susurró al oído de nuestro protagonista.

-La noche es fría, y ella hace mucho que duerme en la calle. Sus huesos son viejos, créeme si te digo que no verá otro amanecer. Vete amigo y despídete de esa a quien tanto has querido.

En un banco ella intentaba entregarse a los brazos de Morfeo para escapar de su realidad cuando un fantasma de sus recuerdos de juventud la asaltó sin previo aviso.

-¿Eres tu?- preguntó.

-Si, amor- contesto Memoria.

-Quédate conmigo, no te vayas de nuevo por favor, no soportaría despertar y no encontrarte a mi lado otra vez - Su voz era un susurro casi inaudible.

Memoria la observo. Las arrugas surcaban ahora su piel, su radiante sonrisa se había convertido en una mueca desdentada. Ante él, la prueba de lo cruel que podía ser el sino pero tubo la certeza de que si volviera a tener un cuerpo mortal durante una noche la pasaría con ella.

-Tengo sueño.

-Duerme querida, duerme. Deja que tu mente vuele lejos del cruel mundo que tan mal te trato. Te recordare siempre.

Y fue allí, en el corazón de la ciudad del viento donde Memoria presenció como la única persona que había amado le era arrebatada por las frías garras de la oscura muerte.

Por su lado pasaron, sin percatarse si quiera de lo que llamarían una indigente: Fernán un estudiante de económicas, Mila una hippy idealista en compañía de su padre, empresario capitalista; Mónica una oficinista desencantada, Carlos vago de profesión, y otros tantos de parecida condición.

En la ciudad del viento millares de almas moran, ajenas unas de otras, grises y anodinas, incapaces de ver y sentir más allá de la pequeña realidad que les fue concedida en esta rueda de la fortuna a la que llamamos vida. Incapaces de ver por encima de la apariencia. Ciegos a los pequeños detalles que no son sino los hilos que configuran el delicado entramado de nuestras vidas.

Sabiéndose conocedor de esto, Memoria entendió por primera vez la importancia de su cometido. Nadie, jamás, debería ser olvidado.

Quien sabe el tiempo que permaneció junto al frío cuerpo de ella. Horas, meses, años…pero eso no es importante.

Hoy, queridos amigos os cuento su historia y lo hago con el único propósito de que inmortalicéis su recuerdo llevándolo siempre con vosotros.

Ella y él.

Ellos.
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